viernes, 13 de octubre de 2017

DROGUERÍA SAN PABLO, INDELEBLE AL PASO DEL TIEMPO

LA DROGUERÍA QUE SE EMPEÑA EN SEGUIR SIÉNDOLO



A Eloy

En Sevilla hay comercios con algo más que con encanto: con la perseverancia de sus dueños por mantener su negocio a pesar de las presiones de las multinacionales, de la modernidad, de la globalización, de las franquicias, del paso del tiempo…de la insoportable manera en que los comercios parecen quirófanos impersonales en lugar de sitios con personalidad.

Cuando tenía 14 años y comenzaba el bachillerato, solía ir a Liñeros, en la callejuela del mismo nombre, bocacalle de Cuna, por donde empieza a abrirse la Plaza del Salvador, hoy cerrada con una cancela. Por aquel entonces, era el único de mi clase que utilizaba papel reciclado (me vino pronto la vocación verde) y lo compraba al peso en esa tienda. En realidad, se trataba de un tipo de papel muy fino, de estraza, que se utilizaba para envolver embutidos o carne, pero del tamaño aproximado de un A3, el cual, una vez doblado, me proporcionaba dos A4 de espantoso color y calidad, pero de enorme y económica utilidad para mis apuntes.

Liñeros era un caos magníficamente organizado. Una tienda vieja que olía a lo que tiene que oler una tienda vieja, con unos empleados que se diría que habían nacido entre esas paredes donde amarilleaban calendarios de años que pasaron hacía ya unos cuantos lustros. Pero con ese encanto de lo señero, de lo clásico, de lo auténticamente sevillano. Y por eso me gustaba.

En la calle San Pablo, frente a lo que fue la guarnicionería que tomaba su nombre de dicha calle, y de esa calentería que sirve el mejor chocolate del mundo (con permiso de Virgen de los Reyes), existe aún uno de esos comercios señeros. Ese establecimiento resiste el paso del tiempo con la dignidad propia del orgulloso comerciante que la regenta, con ese olor y ese maravilloso desorden que lo hace único. Y con un escaparate que sería motivo de indignación de cualquier enteradillo en marketing, que muestra unos productos que, quizás, ya eran conocidos en la época en que toda esa calle y todas las calles de Sevilla, estaban repletas de las tiendas de ultramarinos de los montañeses,  de los bares donde servían vino y chochos. Una mirada a su alrededor nos permite contemplar la pervivencia de otros comercios añejos: Osorno, la Óptica San Pablo, Cecilio del Pueyo…Pero al entrar en Reyes Católicos, predominan las multinacionales que, poco a poco, se van haciendo con los edificios emblemáticos de la ciudad y con sus mejores esquinas…Burger King, KFC, Haagen Dasz…

Hace unos días fui a la droguería que nos ocupa a por uno de esos productos que ya sólo se encuentran en sitios como ese. Miré con nostalgia cada una de las estanterías que tenía delante mía mientras esperaba que el tendero, un señor de unos 60 años largos, sin la menor prisa, saliese de la trastienda a interesarse por mí. Suelo ser muy poco comunicativo en estos casos, me limito a pedir, pagar y salir. A veces, dado mi despiste, no necesariamente en ese orden; en esta ocasión, me detuve a preguntar con sana curiosidad cómo ha resistido esa esquina a la presión del dinero y de las multinacionales. El señor, propietario del negocio, me contó cómo sus descendientes no quieren hacerse cargo de continuarlo y cómo él solo sigue al frente del mismo desde hace más años de los que puedo llegar a imaginar, regalándome a continuación una de esas frases de las que siempre me acordaré cada vez que pase por allí:

“¿Sabe usted qué pasa? Que a mí me gusta que haya una droguería aquí. Cuando yo pienso en esta esquina de Sevilla, me la imagino con una droguería y como se me ha antojado, pues no pienso dejar que haya otra cosa. No sé si me explico”



Y yo creo que es difícil explicarse mejor y con más claridad.

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