Tras las obras de remodelación de la Alameda de Hércules, ordenadas por el Conde de Barajas en el XVI, que incluían la colocación de tres fuentes, no hemos encontrado novedades sobre la eliminación de aquel fontanal y la colocación en su su lugar de otras nuevas. Los husillos, alcantarillas, cañerías, atajeas o zanjas, eran objeto de continua atención por parte del ayuntamiento; al igual que la arboleda, que solía ser regada, podada, e incluso hasta repuesta. Aquellos trabajos eran incesantes. El desnivel provocado debido al relleno de la zona con cascotes dio lugar a la continua inundación de las casas adyacentes. Por otra parte, el agua de las fuentes solía ser usadas por los vecinos para beber mientras que para el regadío se empleaba agua del río. En período de lluvias, las zanjas de la Alameda se colmaban de escombros e inmundicia. De esta manera, en los siglos XVII y XVII, el paseo solía ser a la vez lugar tanto de ocio ( principalmente en verano ) como lodazal o estercolero, por lo que se apremiaba la necesidad de una solución.
El viajero Jouvin, en El viaje por España y Portugal, en 1672, aludía al fontanal del bulevar: "....por las noches da gusto ver las carrozas y las personas de calidad pasearse al fresco de todas estas hermosas fuentes, cuyas aguas son las mejores de beber en la ciudad." Sin embargo, no podemos asegurar que aquellos surtidores fueran los de la reforma del XVI. Lo que sí está claro, es que la calidad de las aguas procedentes de los Caños del Arzobispo era magnífica; un manantial que pasaría a ser protagonista de la siguiente remodelación de la Alameda.
Entre 1760 y 1767, gobernó en Sevilla el asistente predecesor de Pablo de Olavide, Ramón de Larumbe, quien protagonizó una política de mejoras en la distribución del agua entre 1764-65, incluyendo una extensa remodelación de la Alameda de Hércules que incluía, además de la reposición del arbolado, nuevos asientos y alcantarillas, la inclusión de tres nuevas fuentes y la colocación de dos nuevas columnas ( las de los leones ), explicándose en las lápidas de las mismas, que están sobre los pedestales, las obras realizadas. La de la derecha, menciona la nueva cañería que desde la Fuente del Arzobispo surte a la (pila) de la Puerta de Córdoba, seis fuentes de esta Alameda, la de San Vicente; abasteciendo también al Convento de Capuchinos, San Hermenegildo, San Basilio, etc.
En el Archivo Municipal existen planos del siglo XVIII que explican la distribución de las aguas procedentes de la Fuente del Arzobispo, observándose las conducciones antiguas y nuevas. En el plano ( abajo ) se mantiene tres fuentes en el paseo de las columnas ( como en la reforma del XVI ), añadiéndose otras tres paralelas a las primeras en el paseo oriental, estando conectadas a la conducción vieja. La disposición de las pilas, presentaba dos de ellas a la altura de las columnas de los leones ( norte ), otro par en el centro y el último cerca de los Hércules. Las primeras eran de piedra de Morón, las siguientes de jaspe, y las últimas de piedra de Estepa.
Alameda de Hércules, ha 1780. Escena costumbrusta, en la que algunas de las fuentes probablemente pudieran ser las ubicadas en la reforma del Asistente Larrumbe, en 1764-65:
La disposición de las nuevas fuentes de la Alameda se verían reflejadas en el Plano de Olavide, de 1771, y en el posterior de Tomás López de Vargas Machuca, de 1788:
De esta forma concluimos la segunda de las entregas sobre las fuentes colocadas en la Alameda de Hércules, apoyada en la tesis doctoral de D. Antonio José Albardomero Freire, dentro de la serie de reportajes dedicados a su Historia que sevilladesaparecida.com dedica con asiduidad. En breve, continuaremos hablando sobre las distintas pilas y fontanales que pertenecieron al pasado hispalense, pero que desaparecieron, entre otros motivos, por la idiosincrasia de una ciudad que no suele valorar lo tradicional, siempre y cuando esta característica, en primera instancia, no deje beneficios crematísticos.
Entre 1760 y 1767, gobernó en Sevilla el asistente predecesor de Pablo de Olavide, Ramón de Larumbe, quien protagonizó una política de mejoras en la distribución del agua entre 1764-65, incluyendo una extensa remodelación de la Alameda de Hércules que incluía, además de la reposición del arbolado, nuevos asientos y alcantarillas, la inclusión de tres nuevas fuentes y la colocación de dos nuevas columnas ( las de los leones ), explicándose en las lápidas de las mismas, que están sobre los pedestales, las obras realizadas. La de la derecha, menciona la nueva cañería que desde la Fuente del Arzobispo surte a la (pila) de la Puerta de Córdoba, seis fuentes de esta Alameda, la de San Vicente; abasteciendo también al Convento de Capuchinos, San Hermenegildo, San Basilio, etc.
En el Archivo Municipal existen planos del siglo XVIII que explican la distribución de las aguas procedentes de la Fuente del Arzobispo, observándose las conducciones antiguas y nuevas. En el plano ( abajo ) se mantiene tres fuentes en el paseo de las columnas ( como en la reforma del XVI ), añadiéndose otras tres paralelas a las primeras en el paseo oriental, estando conectadas a la conducción vieja. La disposición de las pilas, presentaba dos de ellas a la altura de las columnas de los leones ( norte ), otro par en el centro y el último cerca de los Hércules. Las primeras eran de piedra de Morón, las siguientes de jaspe, y las últimas de piedra de Estepa.
Alameda de Hércules, ha 1780. Escena costumbrusta, en la que algunas de las fuentes probablemente pudieran ser las ubicadas en la reforma del Asistente Larrumbe, en 1764-65:
La disposición de las nuevas fuentes de la Alameda se verían reflejadas en el Plano de Olavide, de 1771, y en el posterior de Tomás López de Vargas Machuca, de 1788:
De esta forma concluimos la segunda de las entregas sobre las fuentes colocadas en la Alameda de Hércules, apoyada en la tesis doctoral de D. Antonio José Albardomero Freire, dentro de la serie de reportajes dedicados a su Historia que sevilladesaparecida.com dedica con asiduidad. En breve, continuaremos hablando sobre las distintas pilas y fontanales que pertenecieron al pasado hispalense, pero que desaparecieron, entre otros motivos, por la idiosincrasia de una ciudad que no suele valorar lo tradicional, siempre y cuando esta característica, en primera instancia, no deje beneficios crematísticos.
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